Un empresario japonés le encargó al director de cine Wim Wenders un corto que tratara sobre el diseño de los baños públicos en Tokio. Pero lejos de quedarse solo en esa idea, Wenders creó una película que explora mucho más que una simple historia.
Todos podemos (si queremos) tener días perfectos
El protagonista de "Días perfectos" ("Perfect Days") -la película del director alemán Wim Wenders- es Hirayama, un hombre que trabaja limpiando los baños públicos de Tokio. Hirayama realiza su trabajo de la mejor manera posible, con un orgullo japonés envidiable. Además, en su tiempo libre, lee libros y escucha buena música. La película parece tener todo lo que debe tener: una historia simple, con pocas palabras, contada a través de la rutina de un ciudadano común que vive en una gran urbe.
Esta columna no trata sobre el filme en sí, ni busca recomendarlo de manera sutil o tramposa por haber sido nominado a un Oscar. Más bien trata de entender cómo el director plantea el sentido de la vida a través de un hombre que parece no necesitar nada y cuyo mero acto de contemplar lo que lo rodea tiene mucho que ver con cómo trabajamos en nuestro camino hacia la felicidad.
Sabemos que la vida no está fácil pero felices queremos ser todos, para eso vivimos. Pero ¿nos damos cuenta si lo somos o tenemos una idea equivocada sobre eso?
El personaje disfruta de la vida que lleva y se muestra conforme, lo cual tal vez nos exaspera como espectadores. Nos lleva a juzgar y a esperar que algo rompa esa rutina silenciosa, casi religiosa y profunda.
Despertar cada mañana y, por el solo hecho de despertar, sonreír ya es un buen comienzo. Eso es lo que hace el protagonista. ¿Y si probamos nosotros también? Si verdaderamente nos tomamos un tiempo en cualquier momento del día para contemplar todo lo que nos rodea, seguramente, podríamos experimentar una de las sensaciones más reparadoras que existen.
Si nadie nos ve ni nos juzga ¿podremos recuperar eso que nos gusta tanto hacer, como darnos un lugar para escuchar esas canciones que ya no suenan más o leer un cuento que quedó en la mesa de luz sin guardar? Sí, los trillados y famosos pequeños placeres de la vida que perdemos sin pelear.
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Estamos sumergidos en nuestro mundo, pensando que la felicidad es para los otros, que no somos merecedores de algo así. O peor aún, nos animamos a juzgar y sentenciar que, según lo que le falta al otro, definitivamente no puede ser feliz: "No tiene una casa, no tiene pareja, no tiene hijos, seguro no es feliz" (sin intentar -al menos- sentir que podemos ser felices con lo que tenemos).
¿Suena muy cursi? Y si, además de adoptar el sushi a nuestras vidas, nos rebelamos en tiempos veloces y nos detenemos para practicar la "contemplación" y darnos cuenta de lo que tenemos a nuestro alrededor. Mirá si nos encontramos con: una familia que nos quiere, hijos a los que abrazar, amigos con los que charlar, planes para reír, encuentros para disfrutar y viajes para vivir. Eso podría ser perfectamente un mundo feliz, pero ¿cuál?, ¿el tuyo, el mío o el de quién?
Otra vez caigo en la idea de digitar lo que es la felicidad para mí, en los otros. Mala mía.
¿Y si lo somos por el solo hecho de tener trabajo, y si las peores frases de los cartelitos de ese bar tienen razón y tal vez los sueños sí se hacen realidad y un amigo siempre está?
¿Qué nos puede pasar si por un día nos valoramos sanos o nos sentimos fuertes para enfrentar la enfermedad?
En definitiva, el asunto de la película me llevó a pensar que tal vez, construir un día perfecto es algo que solo nosotros podemos hacer. Y ese día debe incluir todo (y solo) lo que necesitamos para encontrar sentido a la vida.
Pero el ejercicio debe ser sincero: tenemos que relatar en voz alta la respuesta a la siguiente pregunta: ¿qué tiene que tener un día perfecto para vos?
Luego de responderte, pequeño saltamontes, recuerda: "Que todos los días sean, o al menos intentes que sean, tus días perfectos".