Terminan las vacaciones de invierno, ¿terminan las vacaciones de invierno?

Dos semanas convulsionadas, apretadas, hinchadas y muy agitadas que tienen el único fin de hacer algo con esos niños sin clases. En esta nota se utilizarán los nombres de Cata y Mateo, pero aclaramos que son ficticios, y cualquier semejanza con la realidad -ya lo saben- es pura coincidencia.

Terminan las vacaciones de invierno, ¿terminan las vacaciones de invierno?

Por:Laura Romboli

¡Qué momentazo son las dos semanas de julio encajadas en pleno invierno! De pronto, sin período de adaptación, nos encontramos que en el mismo minuto en que se nos cierra ese lugar tan querido por nosotros que durante el año tiene la inmensa tarea de mantener a los infantes contenidos en la mañana y en la tarde, se nos abre todo un mundo por descubrir.

Dos semanas que pasan volando y que, además, sirven como muestra gratis a toda la sociedad y validar en qué situación nos encontramos en la educación de nuestros hijos. Ante el que quiera ver, podemos montar una escena de un momento a otro que comprenda llantos, caprichos, insultos y gritos como si el "lloren chicos lloren" intentara ser aceptado de una vez por todas.

Dos semanas insoportablemente divertidas, donde observamos -con absoluto placer- cómo se terminan las vacaciones para algunos mientras que para esos papis la vida misma se encargará de seguir con esa demanda todos los días hasta que crezcan, tanto ellos como sus hijos.

El papá de Cata está apoyado sobre el mostrador del cine intentando cambiar la gaseosa que le pidió y que ella, de brazos cruzados y ceño fruncido, le dice que no quiere. Es que cansada de tomar siempre la de sabor pomelo, Cata va por más y está vez con certeza se anima a pedir la de color naranja (la que nunca puede tomar porque no le gusta a la familia).

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La madre de Cata mira el celular con una mano y con la otra sostiene las camperas y buzos de la infanta y todos sus hermanos. El padre debe resolver el canje de la bebida y algo vencido ante la tierna negativa de la vendedora, se entrega y es justo ahí cuando la pequeña se acerca y le da una piña en el costado de la pierna con toda la fuerza y toda la furia. El padre se sorprende y no sabe qué hacer; mientras, la madre hace que no la ve, sonríe sin levantar la mirada y acaricia a Cata con amor de género aceptando la violencia ejercida por la niña.

A Mateo lo sacaron para ir al teatro pero el gritó que no tenía ganas. Tiene 12 años, cara y mirada de videojuegos. El gesto de avanzar todo el tiempo indica que no lo llevaron a pasear sino que le corrieron la pantalla. Mateo busca todo el tiempo algo que reciba su patada voladora: un árbol, una piedra, una botella. Espera que se saquen fotos con los muñecos de cartón y al que lo encuentra flojo busca decapitarlo. Aprieta los dientes, camina y salta como el boxeador que va directo a la pelea de su vida antes de subir al ring. Mateo ya pasó en estatura a su papá, pero igual lo sigue como intentando atrapar. Tal vez, el hombre ya tiene un listado de abogados guardados entre sus contactos. Claramente, ahora, el padre se va escapando de Mateo y de la vida que eligió. La madre, trata de tranquilizar a la tribu (también con camperas y bolsos en sus manos), hace un gesto de cansancio y de derrota tan común como humano.

Claro que después del teatro, del cine o de los juegos en las plazas la salida nunca se termina ahí. La merienda, la hamburguesa o el helado se cumple como una sentencia. Los caminos nos llevan por pasajes oscuros y de difícil salida. El mapa nos ubica en la "ruta del submarino, tostado y jugo de naranja recién exprimido" y con precios de temporada alta sin atajos posibles de esquivar.

¡Una ayuda, por favor!

Son quince días carísimos en la vida de muchos -literalmente-, para los sentimientos, la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.

Dos semanas donde se busca la solidaridad de todos los que son o quieran ser abuelas, abuelos, tíos y amigos para que -en sus ratos libres- aporten con una salida al centro o un paseo al parque como una manera de apaciguar tanto ruido.

Son días en que vemos autos que transitan a cualquier hora del día con un niño sentado atrás como traslado de un "paquete vulnerable" en busca de un destino.

Donde las plazas, parques, y veredas se transforman en pistas de aterrizaje de aviadores sin aeroplanos y patinadoras inestables transformando la escenografía habitual de una ciudad sin niños.

Están por todos lados: corren, lloran, gritan, piden y quieren todo, pero con la misma rapidez que lo desechan.

Por suerte todo tiene un final y para los mortales sin hijos o con hijos grandes son solo unos días tal vez algo inquietantes. Para ellos, los padres de Cata y Mateo, las vacaciones no terminan fácilmente porque seguirán en casa un rato largo ensayando para el próximo invierno.

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