Un recorrido al mundo de lo prescindible

Si hablo de un lugar sin mencionarlo y todos ustedes saben de qué se trata, entonces bienvenido sea. Como dice la canción de La Renga, "a la esquina de mi barrio, ahí donde dobla el viento y se cruzan los atajos".

Un recorrido al mundo de lo prescindible

Por:Laura Romboli

 Y sí, lo hice. Y lo hice en el peor de los momentos. En los inicios de la revolución. Logré escabullirme en una larga fila que, sobre la vereda ancha, se movía ligeramente para entrar al mundo de lo perfectamente prescindible.

La madre, acompañada de sus hijas veinteañeras, cumple con la mejor postal para graficar qué tipo de público puede ser el interesado en el lugar. Un ejemplo directo del promedio de los que esperan para entrar. Claro que las parejas, el grupo de amigas que acordaron ir luego del trabajo y los adolescentes también son mayoría.

La fila se mueve rápido; alguien pasa y comenta que si no traes ni bolsos ni mochilas ni cartera pasas directamente. Algunos lo intentan; otros quedan enganchados con la charla que se inicia de estar parados -espaldas con espaldas- con un mismo objetivo, entonces la conversación es sobre las novelas coreanas que están viendo... alguien menciona el nombre de una serie: "Belleza verdadera" y el coro de seguidores sostiene que la conocen. La protagonista de la historia tapa su cara con maquillaje, y entonces logro entender que se ha estado gestando todo este tiempo.

La mayoría de los que están ahí saben lo que van a buscar. Mientras avanzamos, nombran las series y novelas que forman parte de la lista que guardan. ¿Qué pasó con las novelas turcas? me pregunto, literalmente, para adentro. A estas alturas ya avanzaron en la fila y en los casilleros de lo más visto, y otra vez quedo afuera de la moda.

Como una buena jugada de marketing, durante semanas el lugar desnudó sus vidrieras, y así, como una muestra gratis, contaba a manera de tráiler todo lo que tenían para ofrecer.

La esquina porta un cartel enorme con un nombre que no nació para ser mencionado y que, por supuesto, carece de preocupación por parte de sus dueños. Lo cierto es que en nuestra cultura, la bien occidental, ya tiene sentencia y condena firme: nadie lo usará.

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"El chino de la esquina" será la mítica, famosa y reconocida frase que diremos cada vez que emprendamos el camino. Tal vez los mendocinos que viven en departamentos más alejados, tirando hacia el oriente, y que posean la debilidad de llamar las cosas por su nombre, le digan al salón como reza en el cartel, y esa pronunciación nos sirva para identificar de qué lugar nos visitan, pero en realidad no nos hace falta.

Y una vez adentro...

Las luces blancas que brillan desde afuera, más lo hacen una vez adentro, y luego un mundo de colores: pasillos y pasillos con muchas cosas. Un marcado sector dedicado con tiempo y ganas a los elementos de manicura. Los colores de los esmaltes, los accesorios, hacen un collage que hasta el momento no me atrae. Pero yo ya no importo ahí adentro.

Algunos toman un canasto y se preparan para recorrer los dos pisos y cada espacio tranquilamente. Todo es mucho: el tiempo que se va, la cantidad de artículos, las cajas para pagar, la gente esperando que le cobren y los colores. Hay secciones más relajantes que otras. Las mascotas tienen su espacio tan importante o más que las uñas. El bazar, en el piso de arriba, muestra con una línea clara que podemos ir cuando necesitemos algo. Velas, muchas; almohadones, todos; espejos y relojes de varios tamaños.

La vida ahí adentro funciona con USB y somos todos iguales; es la manera de confundirnos. Hileras de billeteras y carteras separan los sectores. Un oriental está sentado, mirando su teléfono sin registrar lo que pasa, todo eso lo distingue entre la muchedumbre.

Por momentos, los pasillos se cierran si hay mucha gente en ellos. Como en el juego "Buscando a Wally", una vez que encuentro a los jóvenes que están estrenando trabajo, luego los ubico más fácilmente, y sus rostros indican que, al final del día, todos lucen el mismo cansancio.

Mientras camino, imagino casas de la ciudad adornadas en serie para la época de las fiestas. El sueño de la "cascada propia" del vecino o el ventilador portátil de la secretaria del dentista.

De pronto, la salida está más cerca y me indica que el recorrido se termina. Miro hacia atrás para llevarme una panorámica mental del lugar, y eso hace que pueda verlas a ellas: la madre y sus hijas que conocí en la fila, que se vinieron de Maipú como una salida más que ahora se suma al fin de semana. Mantengo mi mirada unos segundos, pero ya sin esperanzas de saludarlas; no podré despedirme, ellas están en su mundo y estoy segura de que ya se olvidaron de mí.