La Cereza, la fiesta que no quiere desaparecer

Una nueva edición tuvo lugar este fin de semana, pero algo extraño ocurrió. A pesar de cumplir 34 años de historia y del esfuerzo de un pueblo y sus vecinos, quienes conformaron una comisión para hacerla posible, se vio envuelta en situaciones inesperadas que nadie imaginó.

La Cereza, la fiesta que no quiere desaparecer

Por:Laura Romboli

 Es como si una maldición de los dioses bajara de la montaña y, sin conocer las razones, su designio fuera que eternamente siempre deben volver a empezar.

"Mucho esfuerzo" son las palabras que casi se convierten en un saludo por parte de los organizadores cuando nos acercamos a saludarlos. Y es cierto, absolutamente, porque el trabajo se nota. El lugar, que claramente no es el mejor para hacer un festival, ya nos avisaba que a la Fiesta le costó llegar, y más aún allí: en un campo donde apenas hace unos días cosecharon tomates, que estaba regado para la ocasión. Los surcos habían absorbido tanta agua que, si no fuera por la lluvia que luego llegó, por momentos la tierra marrón compacta comenzaba a agrietarse apenas empezado el espectáculo.

La Fiesta de la Cereza deja algo en claro en cada edición que se hace: no quiere desaparecer. Sobrevive con una voluntad admirable en muchos vecinos del lugar; porque, básicamente, los que la mantienen en pie son ellos, los que viven en Vista Flores y no desean, por nada ni nadie, que la costumbre de reunirse y celebrar se termine.

Un grupo de vecinos organizó el encuentro, logrando concretar lo que imaginaron: una grilla adecuada de artistas que cantaron e hicieron bailar a los presentes, pequeñas tiendas con artesanías, una potente fila de puestos de comida, juegos para los más chicos y un grupo de candidatas al trono de la Reina de la Cereza. Como firma final a esta lista de deseos, un escenario desprovisto de techo a pesar de saber con seguridad que, en esas dos noches, la lluvia llegaría.

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El camino para llegar es placentero, escapando del calor agobiante en la ciudad -que nos acompañó por un buen trecho- el verde de Vista Flores nos abrió el pecho. El lugar es tan amable que, a través de sus luces tenues, su avenida principal -con sus semáforos algo largos en sus tiempos- y sus habitantes dispuestos, podemos sospechar por qué es un lugar tan elegido por los turistas para pasear.

Un grupo de chicas, sentadas en la vereda tomando una gaseosa en la esquina de un bar, nos dan las últimas indicaciones para llegar al lugar que creíamos perdido.

Entonces, la ruta nos lleva. A los costados, gente en procesión con reposeras va caminando, y a esas alturas no sabemos si será larga la caminata. Nosotros avanzamos y entramos al lugar, perfectamente sectorizado y con los carteles de "Playa" correspondientes como prescindibles.

No hay apuro, la noche será larga aunque luego nos trajo una sorpresa. Pero eso, por ahora, no lo sabemos. La ruta obligada, una vez que entramos al campo de tomates convertido en predio, es la recorrida circular que los puestos de comidas y tiendas de artesanías, armados con tiempo, nos ofrecieron.

Boinas en las cabezas de los nuevos gauchos se complementan con el lugar y el espíritu de la fiesta. Un joven se prueba una mientras la vendedora le muestra la clásica de marca y le resalta que tiene elástico.

Dos amigos juegan a burbujear las empanadas en un disco al fuego que las convertirá en cuestión de segundos en riquísimos pasteles.

No hay apuro, es su fiesta y nadie corre. Familias y sus adolescentes caminan con sus abrigos en las espaldas. Ellos saben del calor, pero conocen el final; sienten el aire frío y húmedo de las noches en su lugar.

En la primera fila, las visitas disfrutan del espectáculo: reinas de otros lares que dieron su presente y las candidatas a ocupar el cetro de la Reina Provincial de la Cereza.

El Intendente recorre el lugar, saludando a todos los que se le acercan. El aire distrae, las nubes negras y algunas gotas que caen con fuerza sobre las cabezas avisan del peligro, pero los parroquianos siguen cocinando, los músicos cantando y la gente entrando, como si supieran que todas las tormentas pasan.

No hay más alusión a la cereza que esas jóvenes y un logo de un rojo luminoso en el centro de la pantalla.

Ahora sí, la lluvia comienza a insistir en que quiere estar. De pronto, la música en vivo se detiene pero no será la única vez porque la noche terminará con algunas complicaciones de organización. Los gastos imprevistos llevaron a la comisión a no tener todo el dinero. Entonces, el final es abrupto y no por la lluvia.

Con la reina elegida, y su virreina estrenando trono, la organización deja escapar un problema que no se pudo solucionar entre bambalinas. Tal vez la falta de experiencia les deja no poder mostrar solvencia. Así, los técnicos deciden públicamente no seguir hasta que no tengan lo adeudado.

Y aunque todos se conocen también entienden que ya no son tiempos de conformarse con solo la palabra. De pronto, la fiesta se acabó.

Luego, uno de los organizadores pedirá disculpas en las otras redes sociales, las virtuales, aceptando el error que, obviamente, será solucionado a la brevedad.

El viaje de regreso es, ahora sí, con el calor como un recuerdo. Un gran patio regado y alfombrado de verde nos acompaña en los costados. La ruta está brillosa, las veredas se ven limpias y solitarias; es noche de Reyes. Los espacios principales del pueblo están adornados con pinos de Navidad iluminados y números gigantes que avisan a todos que estamos en el 2025.

Atrás quedó Vista Flores y su Fiesta Provincial de la Cereza, con sus dulces y amargos, con su esfuerzo, pero sobre todo con la voluntad de un pueblo que insiste; y lo seguirá haciendo porque quieren salvar esa fiesta y harán todo lo posible para que así sea.