El diputado nacional por Buenos Aires, Fabio Quetglas (Juntos por el Cambio) reflexionó sobre la historia y la producción del Malbec. A su artículo lo tituló: Visión, trabajo, calidad; la fórmula de siempre.
Un diputado de Buenos Aires alabó la vitivinicultura de Mendoza
Fabio Quetglas, diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, publicó en diario La Nación una nota de opinión sobre un tema muy preciado para los mendocinos: el vino. Pero más precisamente, su reflexión y mirada está vinculada a que el 17 de abril fue el Día del Malbec y le dio pie para alabar la industria vitivinícola de Mendoza, bajo el título: "Visión, trabajo, calidad; la fórmula de siempre".
El legislador es radical y ocupa una banca por el espacio Juntos por el Cambio. Estos datos solo tienen sentido para conocer el autor del análisis y reflexión a continuación.
Gracias al impulso de los productores vitivinícolas argentinos, el 17 de abril se celebra el Día Mundial del Malbec. La fecha elegida es un homenaje a la decisión de Domingo Faustino Sarmiento de impulsar la creación de la Quinta Agronómica de Mendoza, con la finalidad de calificar la educación agraria y transformar la industria del vino en la Argentina, al encomendarle a Michel Aimé Puoget su dirección y la tarea de traer nuevos varietales desde Europa, para incorporarlos a su producción local. Ese fue el modo en que el malbec encontró su hogar definitivo. Hasta ese momento se producía vino sobre la base del conocimiento heredado.
La efeméride confirma el carácter inquieto de Sarmiento, su visión trascendente de los asuntos públicos y su permanente apuesta por perfeccionar la economía, las instituciones y la sociedad por la vía educativa. Escuelas para la ciudadanía, para la producción, para superar las supersticiones y las limitaciones del sentido común. Crear una nueva industria necesita decisión, falta de prejuicios y escuelas donde circulen el conocimiento, las dudas, las inquietudes y las refutaciones.
A un siglo y medio de aquella decisión, la Argentina es el sexto productor mundial de vinos, genera exportaciones por aproximadamente 800 millones de dólares al año y sostiene 100.000 empleos en el sector. Entre aquella decisión y la actualidad hay una larga cadena de esfuerzos y de compromiso, que son un ejemplo de lo difícil y al mismo tiempo valioso que es para una nación conjugar una visión adecuada y la creación de instituciones que mantengan las condiciones para el desarrollo.
No se trata solamente de tomar decisiones, sino de sostener en el tiempo esas decisiones. Las convicciones se templan en la adversidad, y esta industria que siempre creyó en sí misma tuvo que aguantar muchos tembladerales macroeconómicos, cambios de gustos e incluso mentiras sobre sus productos. No solo lo hizo (dejando jirones en el camino), sino que lo hizo apelando a lo mejor: trabajar juntos, buscar la calidad y generar productos de los que se pudieron sentir orgullosos.
En la Argentina es recurrente que, asediados por las crisis, busquemos soluciones excepcionales para nuestros problemas e intentemos fórmulas extravagantes. Es realmente sorprendente el modo en que dejamos de lado o minimizamos las gestas de nuestra propia historia que deberían constituir parte del aliento necesario para nuestra recuperación.
La historia del malbec en la Argentina está llena de referencias de las que podemos aprender:
* Alguien que vio en el mundo una experiencia de conocimiento y producción que podía trasladarse al país para ser replicada transformó su visión en acto y, sobre todo, no rechazó la posibilidad de progreso por el hecho de no tratarse de una iniciativa endógena. Para Sarmiento el mundo era un desafío y a la vez una oportunidad.
* Apeló a constituir y poner en manos idóneas una institución educativa. No se trataba de generar una experiencia aislada, sino toda una industria, multiplicar el conocimiento, formar redes, ir en conquista del sueño colonizador desde el trabajo y la calidad hacia una sociedad más dinámica e integrada. La visión sarmientina muestra al intelectual comprometido en el mejor sentido político, incomodando a su época.
* Para que esas cepas nos dieran los vinos que hoy enaltecen nuestras mesas, toda una sociedad debió tomar conciencia de que un recurso crítico y escaso (el agua) debía gestionarse con criterios institucionales y estrictez técnica. La disciplina forjada en la escasez está en la base de la economía mendocina, es para ellos motivo de orgullo y para el resto de los argentinos motivo de asombro y merecido reconocimiento.
* Ciento sesenta años después de que Sarmiento diera aquel impulso, los herederos de aquella escuela agrícola, manteniendo la visión global, promueven la creación de valor simbólico uniendo a sus productos también sus paisajes, sus fiestas, su mensaje de salud, confraternidad y disfrute que hay detrás de cada copa. La consagración de un día mundial, en el que seguramente enólogos, chefs, nutricionistas, viajeros e influencers de todas las latitudes por un momento hablan del malbec argentino, es al día de hoy, cuando la información es un insumo más de los procesos productivos y de las elecciones de consumo, un acierto significativo, una muestra de sentido contemporáneo, una continuidad en esa búsqueda de ser cada vez mejores.
* La adopción política de una idea. Si bien a nivel nacional nos pasa desapercibido, corresponde destacar que las grandes iniciativas de la industria siempre han recibido el respaldo de todo el arco político local: sucedió con el envasado en origen, con la promoción de los espumantes y con la internacionalización. No hay grieta en Mendoza cuando se trata de defender genuinamente el vino mendocino.
* El elemento clave de esta hermosa historia es el tiempo. Ni los empleos, ni las exportaciones, ni los mejores caldos aparecieron inmediatamente. Se trató de una gran decisión sostenida con coraje y con trabajo.
La Argentina está llena de historias de este tipo al mismo tiempo sorprendentes e inspiradoras: el Valle de Río Negro y Neuquén y su conquista del mundo con las manzanas y peras, conjugando ingeniería y una distribución equitativa de la tierra, las colonias judías de Entre Ríos y Santa Fe transformando nuestro paisaje agrario en una experiencia de diversidad productiva y convivencia, la temprana industrialización del azúcar en Tucumán, la conquista del Chaco algodonero hecha por migrantes del centro y este europeo sosteniendo nuestra amplísima industria textil metropolitana, los cordones verdes alrededor de las grandes ciudades donde mayormente portugueses e italianos nos garantizaban frutas y verduras de calidad; y, mucho más acá en el tiempo, los "unicornios" del conocimiento impulsados por egresados de nuestras universidades, con dificultades de acceso al capital, pero con un talento inmenso que nos permite superar obstáculos y estar a la altura de las circunstancias actuales.
El país fue construido con visión, trabajo e instituciones. Esa, y no otra, fue la fórmula de nuestro despertar como nación y ese debe ser el sendero de nuestra recuperación. Apertura al mundo, retención del talento, aprendizajes, en definitiva el sueño de una vida emancipada de la ignorancia, de los capangas y de las limitaciones de la pobreza. Abandonemos las posiciones extravagantes y el sueño de cambiar las cosas mágicamente, apostemos por nuestro esfuerzo y talento.
Nuestros malbecs del siglo XXI están en la economía del conocimiento y la bioeconomía; podemos y debemos organizarnos para que valga la pena construir aquí los sueños.