Crónicas del subsuelo: “El grito del último gallo del desierto”
Escucho los ecos del grito del último gallo que debe quedar en algún fondo de estos caseríos. Retumba en las paredes su grito. En su faena de último gallo el barrio es puro silencio en la madrugada. El gallo grita. Las casas con el tanque de la Tupac Amaru son el resplandor del desierto. Las casas han sido allanadas y a Nélida Rojas han metido presa por la desidia de una fiscal mandada a hacer el trabajo sucio, el técnico político, lo que hoy se denomina “La Justicia”. Buscan carátulas de malviviente que se robó los fondos del Estado, sin embargo, desde que asumió Macri-Cornejo, el gobierno(s) ha construido menos casas que las que construyó la organización comunitaria que hoy es satanizada y fusilada mediáticamente. Nélida Rojas y sus compañeras en prisión son presas políticas y no hay fiscal que agarre la causa. El trabajo sucio se hizo y ahora lo demás implicará embarrar la cancha mediante la “propaganda oficial” que garpa en los medios de comunicación locales. Nuestras presas políticas están en soledad en pleno cuaquerismo menduco. Han aprisionado además a varios de sus parientes. Mendoza tiene al último gallo que grita y a presas políticas bajo esta supuesta democracia que encarcela a los pobres, a quienes se organizaron desde abajo cuando no accedían los paisanos a una cloaca justa y necesaria, superando sus primeras necesidades. Tanto el gobierno nacional como el provincial tienen en la mira a los pobres diablos para darles escarmiento. Una señal para los demás que osen dar un paso hacia adelante en su calidad de vida cuando se organizan políticamente. Repito: escucho los ecos del grito del último gallo en el desierto. Debe andar suelto en los fondos de estos caseríos de mala muerte.
En la Cárcel de la Avispas han desnudado a Nélida. Sus hijas en la otra punta cuidan de sus críos con nudos en la garganta. Los medios de comunicación tratan a ese pedacito de subsuelo como a una asociación de delincuentes comunes, ilícita. Mientras, las grandes empresas que le deben millones al Estado, hacen lobby para sus negocios, aprietan a gobernantes, constituyen asociaciones sin fines de lucro lícitas y lavan sus culpas con fundaciones para el bien de alguien, no común. Es más fácil pegarle a los desprovistos y mostrar el odio embalsamado. El racismo de clase a la carta en el menú. Nadie dice… nada. Ni los que se sacaban fotos con los miembros de la Tupac Amaru, ni mucho menos los dirigentes del peronismo que supieron beneficiarse con un trabajo comunitario que les dio réditos en algún momento. Es el despegue por especulación de los que dejaron el corazón frizado hace años para poder medir y no sentir el dolor. Se entiende, ahora sí, cómo los dados están en las malas… y marcados. Pocos han expresado su solidaridad, por diplomacia tal vez, pero no se lo han tomado en serio. Solo el Comité por la liberación de Milagro Sala en Mendoza se puesto al frente de estas detenciones en ese pedacito de subsuelo de la patria.
Mientras la Corte Suprema de Justicia de la Nación falla el 2x1 que beneficia a los asesinos torturadores juzgados por crímenes de lesa humanidad, en el Alto Comedero y en Las avispas, hay mujeres presas políticas. Estigmatizadas. Se retuercen los muertos bajo las piedras. Las balas no han salido de sus carnes pero vuelven a entrar. La picana vuelve a electrificarse en los pezones de la mujer parturienta. Han sido torturados y acribillados por segunda vez. Las tumbas hieden por el revuelque. Están. En algún lugar están queriendo salir de nuevo hacia arriba de la tierra, de las piedras, del agua de los ríos y lagos donde fueron tirados alguna vez cuando esto fue la primera gran fiesta del 2x1: televisores.
Piden la libertad los que se robaron los bebés. Piden y piden libertad los que secuestraron. Piden y piden. Algunos ya hablan de Reconciliación. Día a día, por goteo, la sociedad se va transformando en un curioso monstruo aletargado. La soledad, el dolor, y cuántas cosas más ocurren bajo las tormentas, los desagües carcomidos por el tiempo, las lluvias interminables, la saturación de los mares, las explosiones volcánicas. Las estrellas gritan, las montañas crujen y los eucaliptos caen de viejos sobre los techos de los autos bien estacionados. Es un exterminio lento y perezoso. Comienza La era de los harapientos pidiendo, son una masa, andan en bandadas, duermen en las calles, se tapan con cartones, no tienen padres ni madres, antes era el Estado, hoy los mismos verdugos asoman la cabeza por la celda. Los hierros de la celda ceden, logran salir de a uno. Mientras, refuerzan las celdas de las prisiones viejas para que no salgan jamás los pobres. Se hacen más prisiones. La sociedad festeja en las calles, como si hubiéramos ganado un mundial con un Messi inspirado. La argentina es una gran fiesta. Los bares se llenan de invasores. Todos turistas. Argentina se vende al mundo y es un placer visitarla los fines de semana largos, en las vacaciones de invierno y en los veranos. El 25% de la gente está más que satisfecha. El 25% de la gente “es la gente”, la sociedad: moderna, bien vestida, que vuela alto en aviones low cost hacia Miami, a NY, a iurop.
Quieren sacrificar al último gallo del desierto. La gente de bien se junta en las plazas pidiendo le corten el cuello así para de gritar. Es la última posibilidad, la última para que reaccione el 75% restante que tenía trabajo y se levantaba con ese grito-despertador. Los canales televisan la furia, el odio, los pedidos de urgente destripación. Lentamente las calles se empiezan a poblar. Son los harapientos que arrastran a sus padres y a sus madres para pelear. Desde el mero estar han hecho tronar los cementerios. Las lanzas, las flechas, las piedras, son el arsenal del reciclaje. El monstruo de dos cabezas agacha una y arrodilla una pierna. Malherido muestra los dientes. Mueve su cola, estampa a cientos de pendejitos contra los edificios. Estalla de ira. La manifestación camina por las calles céntricas con velas y un cartel que reza: “volvimos, somos el subsuelo descamisado de la patria”.