Hay aspectos de la vida del dictador alemán que han sido motivos de investigación y están reflejados en algunos libros.
Todo lo que no sabías acerca de Hitler
Decir en el año 2015 'sos lo más parecido a Hitler' es, probablemente, uno de los mayores insultos que se pueden decir. Si existió un demonio en el siglo XX ese fue Adolf Hitler. De él se han escrito miles y miles de libros y aún se intenta encontrar explicación al porqué de su maldad.
Él y el régimen que instauró, el nazismo, masacró a millones de personas y muy pocos reivindican ya su legado a 70 años de su muerte por suicidio en su búnker. Cercado, derrotado y humillado, optó por pegarse un tiro en la sien.
Para conocer en mayor profundidad el perfil del dictador nazi no hay nada más recomendable que adentrarse en algunas de sus biografías (la de Ian Kershaw es, tal vez, una de las mejores). Pero hay muchas más facetas de este tirano que tal vez desconocías. Estas son algunas.
Fue un alemán de pacotilla
Pese a ser dictador de Alemania, de convertirse en el defensor más despiadado de la expansión del país y de llenársele la boca con la palabra 'Alemania, Alemania, Alemania', Hitler nació en Braunau am Inn, Austria, el 20 de abril de 1889. Sólo el 25 de febrero de 1932 consiguió la ciudadanía alemana.
Se quedó temporalmente ciego
Hitler resultó herido en dos ocasiones durante la Primera Guerra Mundial. La primera, en 1916, a consecuencia de las esquirlas de una granada. El 13 de octubre de 1918 fue víctima de un ataque de gas que le dejó temporalmente ciego.
Hubiera tenido amistad con Celia Cruz
Pese a estar preocupado ante la idea de engordar, Hitler abusaba del consumo de azúcar hasta límites insospechados. Según relata el escritor Thomas Fuchs en su libro A concise biography of Adolf Hitler, el dictador alemán le ponía hasta siete cucharadas de azúcar al té. Su amigo Ernst Hanfstaengl aseguró que en alguna ocasión lo vio incluso echando azúcar al vino tinto.
Era un maniático antitabaco...
Los cigarrillos estaban absolutamente prohibidos en su presencia. Pese a que de joven fue fumador, cambió drásticamente hasta el punto de que llevarse un cigarrillo a la boca lo consideraba “un acto decadente” y el tabaco la plasmación de “la ira del Hombre Rojo —los indígenas americanos— contra el Hombre Blanco por haberle llevado el aguardiente”. Eliminó los paquetes de tabaco de las ‘canastas de Navidad’ que enviaban a los soldados y fueron sustituidos por caramelos. Incluso sopesó la posibilidad de que, en el futuro, todos los cigarrillos fabricados en Alemania carecieran de nicotina.
... Y un pedorro
Hitler era vegetariano. Desde joven tuvo problemas de digestión, espasmos periódicos y “excesivas ventosidades y sudores incontrolables”, según contó Neil Kressel en su libro Mass Hate. Al reducir el consumo de carne se dio cuenta de que no sudaba tanto y no manchaba tanto su ropa interior. También estaba convencido de que al comer verduras sus flatulencias no olían tan mal, un problema que, en su caso, era apestosamente habitual.
Su bigote, trending
El corte cuadrado, a cepillo, que ha quedado como el gran símbolo de su persona no siempre fue así. A principios de los años 20 Hitler tenía un gran mostacho, típico de la época. En unos papeles pertenecientes a un soldado que luchó junto a Hitler durante la Primera Guerra Mundial, Alexander Frey, cuenta cómo le insistió que se recortara su bigotazo para poder colocarse bien la máscara antigás.
Ya con el su bigote característico, el secretario de prensa nazi, Dr. Sedgwick, intentó convencer a Hitler en 1923 para que tomara una de estos dos medidas: o afeitarse del todo o dejarse crecer el bigote. Sencillamente porque no estaba de moda. Hitler le respondió: "No te preocupes por mi bigote. Si no está a la moda ahora, lo estará luego porque yo lo uso".
Desnudo, ni en pintura
Hitler nunca permitió que alguien lo viese desnudo. Ese alguien también incluía a los médicos (aunque queremos creer que no Eva Braun). Aun así, dejó algunas imágenes en el que se le podía ver un poco más de piel de lo habitual.
Le intentaron matar muchas veces
El 20 de julio de 1944, un año antes del final de la II Guerra Mundial, el conde de Stauffenberg colocó un maletín con una bomba activada bajo la mesa donde Hitler tenía previsto reunirse con su Estado Mayor en su cuartel general de Prusia Oriental, en Ketrzyns (actual Polonia). Fue la conocida 'Operación Valkiria'.
Cuatro de las 24 personas que se encontraban en la sala cuando explotó el maletín murieron, pero Hitler sólo sufrió heridas leves por una cuestión de pura suerte: uno de los asistentes empujó con el pie el maletín letal antes de la detonación.
Nunca se ha sabido el número exacto de intentos de matar a Hitler (sería imposible) pero sí existe un consenso generalizado en que no hubo menos de 42 tentativas. Ninguna, obviamente, prosperó.
Y sólo un disparo suyo (y un poco de cianuro) acabaron con su vida
El suicidio de Hitler estuvo milimétricamente planeado. Con el aliento de los tropas rusas en el cuello, sabiéndose derrotado, el 30 de abril de 1945 Hitler se despidió de la cúpula militar y del partido nazi que se encontraba a su lado en su búnker de la Cancillería. Agradeció el trabajo a sus personal de servicio y se encerró en su habitación junto a su mujer, Eva Braun, con la que se había casado el día anterior. Heinz Linge, jefe de personal del 'führer', contó cómo al poco tiempo se escuchó un disparo. Esperaron 15 minutos y después abrieron la puerta. Hitler se había pegado un tiro en la cabeza y tomado una cápsula de cianuro. El veneno fue suficiente para acabar con la vida de Braun, que ya había intentado quitarse la vida hasta en dos veces para llamar la atención de su amado.
Linge siguió las instrucciones precisas del dictador. Junto a otros oficiales recogieron los cadáveres y los echaron en una zanja provocada por la caída de un obús junto a la entrada del búnker.