Las revelaciones de Lanata siguen dando qué hablar y el gobierno aún tiene mucho que explicar. La columna de Tenembaum para el Post.
Efedrina: entre Aníbal y los aportes de campaña
La inmensa mayoría de los argentinos escuchó la palabra "efedrina" por primera vez en junio de 1994, asociada a uno de los episodios más tristes de la historia deportiva del país: la suspensión a Diego Armando Maradona del mundial de Estados Unidos. A Maradona le había dado positivo un análisis de antidoping: le habían encontrado, justamente, "efedrina". La "efedrina" no era, ni es, una droga sino, apenas, un compuesto químico necesario para confeccionar drogas, algunas de ellas legales y otras ilegales. Por ejemplo, la efedrina está presente en casi todos los antigripales. Si todos los elementos que se usan para elaborar productos ilegales fueran prohibidos, en esa categoría debería estar el agua. Por eso, la efedrina fue legal hasta que, en algunos países, empezó a llamar la atención el aumento sideral de su importación. Entonces, alrededor del 2008, el Gobierno puso especial interés en regular su comercialización. Desde entonces, la palabra "efedrina" ya no está asociada a aquella suspensión de Maradona sino a algo mucho más sucio: la lucha por el poder. Seguir ese recorrido, como se verá, es muy ilustrativo de algunos rasgos del período político que está terminando.
El primer candidato acusado por tener vínculos con la efedrina no fue Aníbal Fernández. Se llamó Francisco de Narváez. En el año 2009, De Narváez era el opositor mejor posicionado en la provincia de Buenos Aires. Competía contra la lista del oficialismo, encabezada por Nestor Kirchner y Daniel Scioli. Kirchner venía golpeado por su derrota durante el largo y desgastante conficto con el sector agrupecuario. El país, además, recibía los coletazos de la crisis económica mundial que se produjo por el fiasco de las hipotecas subprime. Pero, igual, Kirchner era el favorito. Sobre el final de la campaña, los medios oficialistas --encabezados por Página 12-- difundieron una denuncia según la cual De Narváez estaba comprometido en el tráfico de efedrina. Así fue como la palabrita se metió en la política.
De Narváez aparecía mencionado en una causa que había terminado con Mario Segovia, a quien se denominaba el "zar de la efedrina", en prisión. Pero no había nada contra él. Apenas aparecían algunas conversaciones de muy pocos segundos --su contenido se desconocía-- entre uno de los decenas de celulares que poseían las empresas del candidato con el tal Segovia. Encima, esas conversaciones eran de la época en que la efedrina estaba desregulada. Muy poca cosa. Pero el juez que llevaba la causa, Enrique Faggionato Márquez, le dio una entidad tremenda en el final de la campaña y citó a De Narváez a prestar declaración. No solo la prensa oficialista batía el parche con la cuestión. Uno de los dirigentes que más insistía en instalarla era Aníbal Fernández. "Es un tema serio. Debe investigarlo. Debe explicarlo", decía por entonces Aníbal, menos preocupado que ahora por las reglas limpias, por la "mugre" y por la "mierda".
De Narváez ganó la elección, luego tuvo una carrera política poco exitosa, el juez fue destituido por múltiples irregularidades, la causa terminó en la basura. Pero todo ese episodio instaló nueva reglas en el debate de campaña.
Un año antes de esa campaña, el 7 de agosto de 2008, habían aparecido muertos en General Rodríguez los jóvenes empresarios Sebastián Pablo Forza (34), Leopoldo Bina (35) y Damián Ferrón (37). La investigación sobre ese hecho determinó que los tres llevaban un altísimo nivel de vida, que se podía justificar de dos maneras: eran proveedores de medicamentos de obras sociales sindicales y del propio Estado Nacional y, además, se trataba de traficantes de efedrina. Imprevistamente, el crimen rozó de nuevo la política cuando se supo que Forza, había sido aportante de la campaña presidencial nada menos que de Cristina Fernández de Kirchner. Forza no era cualquier aportante. En los registros oficiales, su empresa Seacamp S.A. aparece habiendo entregado cuatro cheques por un valor total de 200 mil pesos: más plata que cualquiera de las empresas de medicina prepaga más poderosas, como Medicus (80.000) o Galeno y Swiss Medical (60.000). ¿Sabían en el Gobierno de las actividades ilícitas a las que se dedicaba uno de sus principales aportantes? Sí debían haber conocido que, antes de haber efectuado esos aportes, Forza había sido desplazado de su condición de proveedor de medicamentos al Estado debido a algunos casos donde se descubrió su adulteración.
Como bien recuerda en estos días Aníbal Fernández, la importación de efedrina sufrió un salto dramático sobre el final del gobierno de Néstor Kirchner y los primeros años del que encabeza hasta hoy Cristina Fernández de Kirchner. Fernández era por entonces ministro de Seguridad y mantuvo un enfrentamiento que se extiende hasta el día de hoy con José Ramón Granero, quien encabezaba la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico. Granero era un hombre que llegaba desde Santa Cruz y formaba parte del entorno del ex presidente, Néstor Kirchner. El conflicto con Fernández comenzó en 2008, pero Granero fue recién destituido por Cristina Fernández en diciembre de 2011. Granero, como toda la plana mayor que condujo la Sedronar entre el 2003 y el 2011 están procesados por la jueza María Servini, justamente, por sus presuntos vínculos con el tráfico de efedrina. En su defensa de estos días, Fernández sostuvo que fueron él y Graciela Ocaña, por entonces ministra de Salud, quienes frenaron el impulso que había logrado la efedrina en el país. No es seguro que Granero tenga la misma perspectiva aunque, por ahora, se mantiene en silencio. Y, de todas maneras, si un hombre tan de confianza de Néstor Kirchner, como Granero, jugaba con el tráfico de efedrina, ¿qué dice todo esto del fundador del Proyecto?
En el clímax de su carrera política, cuando está a punto de lograr nada menos que la gobernación bonaerense, Aníbal Fernández es el personaje central del último capítulo de la saga. Como se sabe, el hombre condenado a perpetua por aquel triple crimen, habló en la televisión para acusarlo de haber sido quien lo ordenó, y de haber formado parte de una de las bandas que, desde el Estado, controlaron el tráfico de efedrina. Aníbal insultó, demandó, se enojó. En medio de su pataleta, sostuvo que se trataba de una operación y, como parte de ella, incluyó a Julián Domínguez, su rival en la interna. "Que deje de comprarle droga a los transas", lo acusó. O sea que, si dijo la verdad, Domínguez --el presidente de la Cámara de Diputados, nada menos-- habría estado complotando con criminales peligrosísimos, para perjudicarlo y comprando droga para que se venda en territorio bonaerense. Si mintió, las cosas son más graves aún. Con pruebas o sin ellas, gran parte de la clase política ha acusado al jefe de Gabinete por presuntos vínculos con el narcotráfico. Tal vez la acusación más dolorosa no hayan sido las de Felipe Solá o Elisa Carrió, sino la de Francisco "Barba" Gutiérrez, el ultrakirchnerista intendente de Quilmes. "A veces escuchamos propuestas del otro lado y uno se asusta pensando qué va a pasar en la provincia de Buenos Aires si se libera la venta y el consumo de drogas. En ese sentido, todos los padres lo que no quieren es ver sometidos a sus hijos a esta situación".
Sobre el final de la campaña presidencial, la aparición en escena de Martín Lanatta y sus explosivas declaraciones sobre Aníbal Fernández, han hecho estallar, como en los viejos tiempos, la interna del peronismo en la provincia de Buenos Aires. Si este domingo, Fernández o Domínguez no triunfan por amplia diferencia, el escrutinio será, realmente, muy tenso, y tal vez más ruidoso aún que el referido a los candidatos a presidente.
Como se ve, la efedrina ha tenido una corta pero rutilante trayectoria.
Es difícil, cuando uno sigue su recorrida, descubrir dónde quedó el país con buena gente.