Protagonista de la historia que permitió recuperar la identidad de su nieta, usurpada de padres desaparecidos durante la dictadura.
María Domínguez, una madre que se hizo abuela
María Assof de Domínguez es la actual presidenta de la filial mendocina de Madres de Plaza de Mayo. Hace muchos años que espera, como tantas más de sus compañeras de lucha, aquí y en todo el país. Parece una espera al estilo de varias ficciones de Antonio Di Benedetto. En su caso, ella aguarda desde fines de 1977, desde que su hijo y su nuera desaparecieron, Walter y Gladys Castro. Aquello que nos ocurrió fue un genocidio, qué duda. Tan implacable y bestial, salvaje y paranoico, como el perpetrado en la Alemania nazi o en la Turquía que pretendió borrar al pueblo armenio.
María tiene 83 años. Y cuando ayer cruzábamos la plaza San Martín para sentarnos en un café, previo a la consabida, histórica ronda de los jueves al mediodía de las Madres, la noté con energía, aunque no tan ágil. Después me lo explicará. Y me dirá varias otras cosas sobre su “flamante” nieta, la argentina número 117 que conoce su verdadera identidad. También me contará María cómo fue que se enteró y la alegría que comparte con la otra abuela de la nieta encontrada, Angelina Catterino.
El primer jueves que participé en estas marchas fui llevado por Soledad Naman, que me debe haber sacado no sé cómo de la biblioteca de su casa, la imponente biblioteca de David Eisenchlas. La “Negra”, le decían, cuando la saludaban en esa misma marcha. Era la década del 80. El adolescente que era entonces, en esas marchas, reparaba más en esa especie de ronda derviche, en ese ejercicio de no olvidar, de ponerle el cuerpo a la ausencia, más que a cualquier otro asunto. Y también pensaba en que acabara rápido: me esperaban miles de los libros que había escogido David Eisenchlas.
Décadas después, cuando viví en Buenos Aires, compartía un piso de la belle epoque, en San Telmo, con varios estudiantes extranjeros. Supongo que yo también era una especie de extranjero. Acá, allá, más o menos acá o allá. Los room mate pasaban según los plazos de los intercambios estudiantiles o sus becas. Conocí a varios copados. Desfilaban muchos gringos. Una vez un suizo me preguntó si lo podía acompañar hasta Plaza de Mayo. Quería ver, estar, saber qué era eso que hacían las madres de los desaparecidos de la dictadura argentina. El inquilino de la Casa Rosada era un flamante Néstor Kirchner. Total que acompañé al suizo. Sacó miles de fotos. Hizo que le sacara otras miles. Y volví a pensar, como antes, en ese mantra de estas mujeres. No importó, ni ahora ni antes ni después, si acuerdo con sus posiciones políticas. Siempre me ha impresionado ese coraje, la osadía, la desesperación transformada en solidaridad. Sin desestimar la tenacidad.
Ayer, María y su hijo Osiris, al que también buscaron y no encontraron quienes secuestraron y desaparecieron a Walter y Gladys.
“Hay que darle el tiempo que necesite para elaborar esta noticia”, dice María, acerca de la mujer de 37 años que luego de hacerse un examen de ADN confirmó su identidad, como hija de Gladys y Walter Domínguez, su hijo. "Si encontrara a mi nieta, por lo menos tendría un pedacito de ellos. Le contaría cómo eran sus padres, que la engendraron con mucho amor", confiesa.
- ¿Es descendiente de árabes?
- Sí. Mis padres nacieron en Damasco. Qué pena lo que está pasando ahora allí. Mi padre y mi madre vinieron desde allí. Mi mamá tenía 17 años. Y llegó con mi hermano. Yo ya nací acá. Éramos 12 hermanos. Pero se fueron muriendo, de a poco. Y al final quedamos 7. El año pasado se murió otro hermano más, a los 70 años. Así que ahora quedamos 6.
- ¿Y fue educada en esa cultura árabe o no?
- No, no. ¡Mi mamá no tenía tiempo ni de hablar con nosotros! Porque cuando ellos llegaron acá, enseguida pusieron un negocio de ramos generales, como se usaba en esa época.
- ¡Como hicieron todos los "turcos"!
- Sí (ríe). Lo abrieron en Guaymallén, en la calle Lavalle y Toso, cerca de la Escuela Cano.
- Le preguntaba por su educación…
- (Interrumpe) Trabajé desde muy chica. Hasta que me casé, en el año '51. Antes salíamos a trabajar a los 12, 13 años. Porque había que llevar un poco de dinero para seguir criando a los otros niños, a mis hermanos. Y eso que mi mamá tenía un buen negocio. Pero no daba a veces lo suficiente.
- ¿A su papá le gustaban las cartas, la timba?
- El ganaba poco. Cuando llegaron le plantó el negocio a mi mamá y él andaba por la calle. Mi papá era el que vendía en Mendoza el kehel. No sé si sabe lo que es eso.
- ¿Kehel? La pintura para ojos de las mujeres.
- Claro. Él andaba con la recetita por todos lados, mientras mi mamá atendía el almacén. Y te digo que no teníamos tiempo ni de hablar, porque ella cuando no estaba teniendo hijos, estaba por tener. Y si no se la pasaba metida en el negocio. ¿Imagina esa vida? ¡Y ahora tanto que se quejan las mujeres! (risas)
- Usted no sabe lo que cuesta conseguir kehel. Es casi imposible, aquí.
- No, ahora ya no hay más. Mi papá fue el único que lo tuvo por mucho tiempo. Así que a nosotros nos ha quedado un poco, pero es para nosotros.
- ¿Usted lo usa?
- Y sí, lo uso. Es con lo único que me he pintado. No tanto de joven. Es más, de joven nunca me pinté. Pero ya más grande, sí. Ahora no me pongo mucho, pero me pongo (risas).
- Cuando pensé que iba a entrevistarla de inmediato medité acerca de la espera ¿no? De la angustia de la espera. ¿Cómo fue el principio, cuando no volvió a ver más a su hijo?
- Lo secuestraron a él y a su esposa. Ellos vivían en la calle Luzuriaga 84, de Godoy Cruz. En una casita que alquilaban. Una casita humilde. Trabajaban los dos. Mi hijo todo el año '76 estuvo haciendo el servicio militar, acá. Y nunca tuvo ningún problema. Y antes que terminara el servicio militar, el 19 de noviembre de 1976, se casaron. Después como en enero le dieron la baja. No alcanzaron a estar juntos más que un año. ¡Tenían 22 años! ¡Por favor...!
- ¡Una locura!
- Mi hijo terminó el secundario, en el Martín Zapata. Salió Perito Mercantil. Y estudiaba de noche porque trabajaba de día. Se buscó trabajo porque nosotros no podíamos darle lo que él a lo mejor necesitaba. Apenas salió de sexto grado y rindió para entrar en el colegio, buscó trabajo. Después empezó la Facultad de Arquitectura. Y él había pedido prórroga para terminar la carrera y después hacer el servicio militar. Y, claro, tuvieron la idea con el compañero de él de formar el centro de estudiantes. Ellos ahí se dieron cuenta que los habían marcado. Esa fue la vida que hicieron. Después, cuando ya estaba casado, consiguió trabajo en la línea que antes era la 70. Ahora creo es la Línea 5.
- ¿Su marido alcanzó a vivir la desaparición de su hijo?
- Mi marido murió hace 16 años. Y él claro que alcanzó a vivir la desaparición. Incluso la misma noche que se llevaron a Walter y a Gladys, los milicos fueron a buscarlos a nuestra casa. Y también fueron a buscarlo a Osiris, mi otro hijo.
- ¿Querían llevarse a sus dos hijos?
- Sí, porque Osiris era muy compañero de Walter. Andaba mucho con él.
- ¿También era militante?
- No, no, lo acompañaba al hermano. Se reunía con ellos cuando los chicos iban a mi casa y todo eso. Pero no era militante. El que sí era militante fue Walter. Y Gladys. Ellos sí.
-¿Y su marido cómo sobrellevó el proceso de desaparición de su hijo?
- Y mire, él ha sido un hombre que ha tenido muchos problemas de salud. Y justo en esa época él ya estaba jubilado por incapacidad. Y bueno, estaba en mi casa y trabajaba. Era artesano. También trabajó en la construcción. Pero después que se jubiló se dedicó a la artesanía. Fabricaba cuchillos y facones... Y la búsqueda casi toda la hice yo, porque él tenía muchos problemas para caminar, como los tengo yo ahora.
"El hombre nunca es igual que la mujer con los hijos. Los quieren y todo, pero de una forma diferente"
- Imagino que la situación le desarrolló un espíritu de mucha lucha, doblegar esfuerzos, de búsqueda incesante. Y supongo que a su marido le debe haber afectado de otra manera, ¿no?
- Y claro, a casi todos los hombres les afectó de otra manera, porque ellos no salían a la calle. Una, porque muchos en ese tiempo todavía estaban trabajando y era peligroso que salieran, porque en una de esas los echaban de los trabajos. Y después, usted sabe, el hombre nunca es igual que la mujer con los hijos. Los quieren y todo, pero de una forma diferente. Uno los llevó en su panza 9 meses. Y un amor de madre creo que no lo reemplaza nada ni nadie. En cambio, padres pueden haber varios, pero madre hay una sola. Y toda la vida ha sido así. Y bueno, también muchas madres no salieron a la calle.
"Un amor de madre no lo reemplaza nada ni nadie"
- ¿Usted salió del minuto cero?
- Y sí. Mire, él fue secuestrado el 9 de diciembre, en la madrugada. Fue un día viernes. Yo me enteré a la mañana, cuando me desperté. Porque mi marido fue el que estaba despierto cuando estos tipos entraron a nuestra casa, lo amenazaron ahí, con armas. Le preguntaban cuántos hijos tenía. Y él les dijo hasta dónde estaba trabajando Osiris, que en esa época era soltero y vivía con nosotros. Entonces lo que lo salvó a Osiris es que trabajaba de noche, en Pescarmona. Y no lo fueron a buscar vaya a saber por qué.
- ¿Se enteró a las pocas horas que algo extrañísimo había sucedido?
- Sí. Mi marido... él los vio y todo lo que le conté. Yo estaba durmiendo. A él lo sentaron en la cocina de mi casa y ahí se quedó, hasta que yo me desperté. Mi marido no entendía nada. No sabía qué había pasado y menos que habían secuestrado a Walter. Así que cuando me desperté él estaba quieto, se quedó congelado, así como lo dejaron los tipos. Y así lo encontré sentado en la cocina, como, qué sé yo, despistado, ni siquiera podía hablar. Hasta que me contó. Y yo justo tenía que ir ese día a una inmobiliaria, para cobrar unos alquileres de mis suegros. Y allí me dicen, delante de toda la gente que había: “Señora, no sabe lo que ha pasado. El dueño de la casa donde vive Walter me habló porque quiere que le reparen la puerta. Está toda la puerta destrozada”. ¿Qué? Entonces ahí me enteré. No sé cómo volví a mi casa. El asunto es que no sabíamos qué hacer, no sabíamos dónde ir. Yo creí que era la única que me había pasado eso aquí en Mendoza. Sabíamos lo que estaba pasando, pero yo nunca tuve un caso cerca. Aunque habían secuestrado a una chica que era estudiante de medicina, cerca de mi casa. El asunto es que nos dijeron que había que presentar un habeas corpus. Yo no sabía ni lo que era un habeas corpus. Yo he sido una mujer de perfil muy bajo, criada en la casa, trabajando nomás. Después me casé y seguí con la misma. Yo cosía ropa para afuera. Y en la mañana preparaba todo lo de la casa, para tener toda la tarde libre y coser. Y no con una máquina eléctrica, sino con una a pedal.
- ¿Y presentó el habeas corpus? ¿Dónde, cómo?
- No sé quién lo redactó, si mi consuegro o mi marido. No sé. El asunto que recién el día lunes pudimos presentarlo. Fuimos a los tribunales federales, que estaban acá cerca, arriba de donde ahora está Balbi. Cuando veníamos por la respuesta, todavía se enojaba el juez Guzzo, Gabriel Guzzo.
- ¿Le molestaba verlos con tanta insistencia?
- Le molestaba, sí. Decía: “No, estas personas no están en ningún lado. No, no. No existen esas personas, nunca existieron”. Y uno se tenía que ir con esa respuesta. Una de las veces que fuimos con mi marido, cuando ya habíamos presentado otro habeas corpus, mi marido empezó a ponerse medio nervioso. Se enojó muchísimo. Y le dijo que iba a ir a los organismos internacionales, a protestar. Y cuando le dijo de ir a Amnesty, el juez casi lo saca a patadas del juzgado.
"Nosotros hemos tenido esa esperanza, que ellos podían volver..."
- María, desde finales del '77, hasta hace un par de semanas, ¿qué cree que la ha tenido a usted a salvo, a flote? ¿La esperanza?
- Y lógico. Nosotros hemos tenido esa esperanza, que podían volver. Así como volvían los ex detenidos. Gracias a Dios muchos se salvaron, aunque otros se murieron en la tortura. Pero uno decía: “Bueno, mañana, pasado...”. Cuando íbamos a los tribunales y nos decían esas cosas, en una de esas me fui a Buenos Aires. Sola. Yo no conocía Buenos Aires. Y me fui sin plata. Por suerte tuve unos amigos allá que me albergaron en su casa como 15 días. Estuve recorriendo todos los lugares. Donde me decían que había que ir iba, sola, preguntando. Entonces, volví a Mendoza con el ánimo peor que con el que me había ido.
- ¿Y ahí conoció a otras Madres y Abuelas?
- No, en ese viaje, no. Era principios de 1978. Las Madres de Plaza de Mayo todavía no se habían formado. Estaba la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos) y la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.
- ¿Volvió de aquel viaje más desesperada?
- Mientras yo estaba en Buenos Aires fue a mi casa y habló con mi marido una maestra jubilada. Ella era la que estaba al frente acá en Mendoza de la Liga Argentina. Y le dijo a mi marido que en tal lugar se estaban reuniendo otras madres, a las que les había pasado lo mismo que a mí acá, en Mendoza. Y me empecé a juntar con ellas y hasta el día de hoy.
- Entonces ha sido la esperanza lo que la mantuvo en pie y en lucha.
- Lógico. Hace como 20 años se le hizo un análisis acá, a un chico en Mendoza, que era cantado que ese chico era hijo de desaparecidos. Lo entregó un milico acá, del barrio Unimev, a la hermana. Y las Abuelas de Córdoba estuvieron investigando, investigando y le sacaron un día una foto. Él estaba en la puerta de la casa, porque lo cuidaban, no lo dejaban jugar ni con los chicos del barrio y era muy parecido a mi hijo ese chico, cuando tenía esa misma edad: 10, 12 años. Cómo será que eran parecidos que el cordobés que vino, que trabaja con las Abuelas, empezó a ver fotos y me preguntó de dónde había sacado una. “Es de mi hijo”, le respondí. “No, es tu nieto”, me dijo. Ahí empezamos con abogado va, abogado viene. Estuvo encargado el doctor Alfredo Guevara padre. Y después de 5 años permitieron que le sacaran sangre y le hicieron el ADN. Y no dio el porcentaje. Y nos quedamos en cero, otra vez. Hasta hace unos días.
"Hasta el apellido de los apropiadores estaba cambiado. Y por eso no la encontraban. Investigan este caso desde 1994"
- ¿Cómo se enteró que habían encontrado a su nieta, a la hija de su hijo?
- Yo no sabía que la estaban investigando. No sabía lo de la fiscal que estaba interviniendo. No sabía que las Abuelas y CONADI sabían del tema. Nunca me dijeron nada. Nunca. Y ellos están con este asunto desde 1994. Comenzaron la investigación a través de una denuncia anónima. Y fue más complicado porque hasta el apellido de los apropiadores estaba cambiado. Y por eso no la encontraban. Y le juro que nunca, nunca, me dijeron nada.
- Al día de hoy, ¿sabe cuándo va a encontrarse con su nieta o no?
- No.
- ¿No?
- No sé. Eso ahora lo tiene que decidir ella. Es ella la que tiene que arrimarse a nosotros. Porque debemos recordar que existe el caso de otra nieta desaparecida, de acá, secuestrada en Mendoza, que hace como 5 años que recobró su identidad y todavía no se ha reunido con la familia verdadera. Yo creo que en parte se debe a la repercusión que tuvo el tema apenas supieron de su identidad. La prensa, bah...
"Ni sabemos cómo se llama. No sabemos dónde está. Si vive en Mendoza o está en otra provincia. No sabemos si está casada, si es soltera o si tiene hijos. Nada. No sabemos nada de ella"
- Su nieta ¿sabe cómo comunicarse con usted?
- Y eso se lo dirán las Abuelas, el día que ella quiera venir a juntarse con nosotros. Hasta el día de hoy no, no. Es más: ni sabemos cómo se llama, no sabemos dónde está. Si vive en Mendoza o está en otra provincia. No sabemos si está casada, si es soltera o si tiene hijos. Nada. No sabemos nada de ella. Espero que me lo crean. No estoy mintiendo. Si yo supiera algo de ella lo diría, siempre que ella quisiera. Pero lo importante aquí, para nosotros es importantísimo, es que sea ella quien haya buscado su identidad.
- ¿Fue a partir de ella que comenzó a desenredarse esta historia?
- Partió de ella, sí. Después de esa denuncia anónima que tuvieron las Abuelas. Pasaron veintipico de años hasta ahora. Entonces ella, no sé, si hace uno o dos meses, accedió a sacarse sangre para que le hicieran el ADN. Y dio 99,9999.
- ¿Imagina ese día o momento, cuando la pueda ver, como sea?
- Y bueno... ¡qué te parece! ¡Qué sé yo! Porque el día que me avisaron, que fue el jueves 27 de agosto, yo llegué a mi casa después de la ronda por la plaza. Y sonó el teléfono. Y era Estela de Carlotto. Y me pareció extrañó porque hacía mucho que no nos comunicábamos. Entonces me dijo: “María, ¿cómo estás? ¿cómo andás de salud?”. Le respondí: “Bien”. Y ahí me chantó la novedad: “¡Hemos encontrado a tu nieta, María!” ¿Te imaginás la emoción? El llanto. Y ahí nomás le avisé a mi consuegra. Lloramos las dos en el teléfono. Y no sé cómo será ese momento, si se da. Yo no soy tampoco una persona de mostrar mucho sus sentimientos ¿viste? Siempre fui así. Y veremos. La esperamos con mucha ansiedad, con cariño, con... Aquí tiene un montón de tíos, primos por la parte de mi nuera. De mi nuera, son 6 hermanos. Así que tiene un montón, todos desesperados por verla, por conocerla. Pero hay que tener paciencia. Hay que darle su tiempo. Porque es un golpe muy grande, tanto para ella como para nosotros.
"Hay que tener paciencia. Es un golpe muy grande, tanto para ella como para nosotros"
- Al final, ¿hay recompensa?
- Y yo... ¿qué te parece? Pero no para la lucha acá. Vamos a seguir. Por eso venimos hoy día a la plaza. Porque hay 30 mil hijos que todavía no han dicho qué hicieron con ellos. No lo van a decir porque los milicos estos que están en los juicios parecen momias. Ninguno ha abierto la boca para decir: “Bueno, yo fui, yo hice tal cosa”. Ninguno. ¿Entonces qué esperanza puede tener uno? No queremos que vuelva a pasar lo que les pasó a nuestros hijos. Y lo único que va a preservar eso es la memoria. Porque desgraciadamente los seres humanos somos muy olvidadizos. Lo que queremos es que las generaciones actuales y las nuevas no tengan que pasar lo que pasaron nuestros hijos. Y que sepan lo que pasó.
"No queremos que vuelva a pasar lo que les pasó a nuestros hijos. Y lo único que va a preservar eso es la memoria"
- ¿No ha visto siquiera alguna foto de su nieta?
- No. Nada.
- ¿Ni la voz?
- Nada. Nada de nada. Si ella quiere vernos, encantadísimos. La estamos esperando. Ahora, si ella decide no arrimarse por ahora con nosotros, no importa. Lo importante para nosotros es que sepa que no la regalaron, que se la robaron.
"Es muy bueno que sepa que no la regalaron y que sí se la robaron"
- ¿Quisiera abrazarla?
- ¡Y lógico! Mirá la pregunta. Estamos desesperados.