Guillermo Jaim Etcheverry es médico, investigador y docente. Sus libros en educación, cultura y comunicación son parte de su lucha y su elemento.
"Vivimos una mentira en educación y debemos asumirla”
La educación es clave para entender varias de las actividades de Guillermo Jaim Etcheverry, quien fuera rector de la UBA, y quien hace unos días se presentó aquí, por iniciativa del CEM, Consejo Empresario Mendocino, en un pre-coloquio sobre calidad en el sistema. La reunión nacional finalmente ocurrirá el 1 de octubre, en Buenos Aires, con organización de Educar 2050, asociación civil cuyo propósito es re-ubicar a la Argentina entre los 5 países mejor calificados en materia educativa. Una hazaña: salir del actual desastre educativo, para intentar re-insertar a esta loca nación en sus clásicos niveles en un área más que estratégica para el desarrollo de un país.
En la reunión propuesta por el CEM, el neurobiólogo Jaim Etcheverry comenzó su análisis sin demasiados eufemismos: “Hay una hipocresía tremenda en la sociedad argentina. Los maestros no tienen prestigio social porque a nadie le interesa el tema. Hay que volver a mostrar la importancia de que los chicos aprendan cosas básicas. Es incomprensible que después de doce años de escolaridad no entiendan lo que leen. Vivimos en una mentira en educación y en algún momento debemos asumirla”.
Mientras lo entrevistaba, a esa hora, en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, un grupo de estudiantes pasaba a la historia por representar sexo explícito en el hall central. Fue una noticia más humorística que interesante, más penosa que gozosa, casi en el tono de las comedias picarescas que filmaron los Sofovich, Gerardo y Hugo.
Jaim Etcheverry, para sorpresas de varios, o al menos para la mía, es un histórico coleccionista del arte que se produce en Mendoza. Y en esta charla da cuenta de ello. Y de sus preferidos, que integran una colección de las que se imponen como importantes. Pero como el tema central es la educación, de a poco sus respuestas van tornándose más serias, más atendibles. Y se refiere a Sarmiento. Pero también a los abuelos que creen que sus nietos son "pichones de Bill Gates porque manejan un iPad". A los políticos, que son más producto de la imagen que de la sustancia. Y a la necesidad de seguir sembrando la curiosidad del conocimiento, como único camino para contar con una sociedad más desarrollada.
- ¿Es un gran coleccionista de la obra de Carlos Ercoli?
- Sí. Y muy admirador de este pintor mendocino. Se hizo una muestra en el Fader, hace unos años. Tuve la suerte de estar. Y había una de las salas del Fader que tenía toda obra suya en mi poder. ¡Una sala propia! Cuadros de distintas épocas y que yo describí bajo un hilo conductor.
- ¿Cómo lo descubrió el maestro Ercoli?
- Yo lo conocí a través de Ducmelic, yo era muy amigo de Zdravko…
- ¿Usted también fue amigo de él?
- Sí. Y una vez que vine a Mendoza lo fui a visitar a su atelier. En los años 80. Y allí le dije: “Mire, maestro, estoy alojado en el Hotel Aconcagua. Y en mi cuarto hay una serigrafía que me parece hecha por un pintor extraordinario”. Entonces también le dije a Ducmelic: “Yo no sé quién es, porque no lo conozco”. Ducmelic me dijo: “¿Y cómo es la firma?”. Cuando volví al hotel lo llamé por teléfono. Me subía arriba de la cama. Y le dije: “Algo así como Elio, Lino”. La verdad es que no se veía bien la firma. Entonces me dijo Zdravko: “Ah, sí. No tiene mal gusto. Ercoli. Para mí es uno de los mejores pintores de Mendoza. Le pregunté si lo conocía. “Sí, sí, por supuesto”, dijo. Al final hicimos el contacto y ese mismo viaje lo fui a ver, a su casa. Ercoli era una persona muy humilde, muy sencilla. Entonces vi la obra de él y vi un cuadro chiquitito, y le dije que era ése el que me gustaba. Y me respondió: “Sí, pero ése no, porque no me quiero desprender de él”.
- La típica puja entre una obra que el artista no quiere soltar.
- Y sí. Al final le dije: “Usted puede hacer otro”. Y así fue como me llevé su primera obra, uno bien chiquitito. Y a partir de ahí nos hicimos muy amigos. Y tengo muchísimas obras de él. No tengo casi nada colgado, pero tengo tanto que... inclusive hay mucha obra que está acá, en Mendoza. La obra grande que presté para el Fader, quedó acá. Y hubo otra que hicieron en el Museo de Arte Moderno y lamentablemente yo no pude venir. Pero ahí expuso collage y otras cosas; estaba haciendo cosas muy lindas. Y de golpe está con este problema, pobre.
- ¿Estuvo con él esta mañana?
- Sí. Es muy triste, porque no está bien. Está en terapia y no sabemos si podrá mejorar.
- No sé quién inventó a quién: si Borges a Ducmelic, o fue al revés.
- (Risas) Yo tengo una obra de Ducmelic también. Eramos muy amigos. Un gran maestro. Y no reconocido como corresponde, como sucede con muchos de los pintores. Mendoza, en arte, es uno de los lugares de la Argentina más importante, por la tradición, por la escuela de arte que ha tenido, y por la cantidad de muy buenos artistas que surgen aquí.
"Mendoza, en arte, es uno de los lugares de la Argentina más importante. Por tradición, por escuela y por la cantidad de muy buenos artistas que surgen aquí"
- He pasado horas y horas con María Kodama hablando sobre la obra de Ducmelic.
- Sí, ella tiene parte de lo que produjo en base a lo escrito por Borges, sí. Y otra parte la tiene su mujer, Marta, que vive en Buenos Aires. Y yo tengo algunas cosas. Nunca le he podido comprar nada a él porque era todo muy complicado, muy difícil; Ducmelic era una persona muy especial. Pero al final conseguí bastantes cosas. Tengo dos, uno de los de Borges tengo, que uno es del“El libro de Arena". Y después tengo unas figuritas.
- ¡Estamos frente a todo un coleccionista!
- Sí, a mí me gusta. Y después, cuando yo estaba como rector en la Universidad de Buenos Aires, en el Centro Cultural Rojas, se hizo una muestra de escultura, que eran unas cosas impresionantes. Yo fui a verla y descubrí el trabajo en madera de Gandolfo. (Ríe) Entonces también tengo obras suyas en madera, hermosas. Y después me gustaba mucho otro artista y así es como tengo un caballito de Ciancio.
- ¿Es similar al de la serie que está expuesta en el Hyatt aquí?
- Sí, aunque un poquito posterior, pero están producidos con la misma idea. Incluso también fui a la casa de él y tengo otras obras.
"No tengo celular por protección. Me volverían loco. Además yo soy tecnoadicto, viviría pegado al celular"
- Es bueno saber que en su casa debe haber más arte mendocino que en las casas de los 10 millonarios más destacados de Mendoza.
- (Risas) No lo sé. No creo que sea tan así. Poco a poco he ido construyendo mi propia colección, ¿no? Tengo obras de Carlos Alonso también, pero yo me refiero a los que hay ahora, a esta gente que es más joven. A mí me gusta mucho el arte de acá. Y hace tiempo que no veo porque hace mucho que no vengo. Hoy llegué a la conclusión que hacía mucho tiempo que no estaba en Mendoza.
- Guillermo ¿es cierto que no tiene celular?
- No, no tengo. Y le digo por qué: no tengo celular por protección. Porque me volverían loco, no puedo. Además yo, que soy tecnoadicto, viviría pegado al celular (risas).
- Era una de las preguntas, ¿cuál es su relación, la habitual, la cotidiana, con la nuevas tecnologías?
- Demasiada. Me ha absorbido muchísimo tiempo y me cuesta desligarme. Soy un adicto y cuesta mucho separarse. Porque, como a todos, nos da la impresión que si no estamos ahí todo el tiempo, nos estamos perdiendo algo del mundo. Y, en realidad, cuando nos perdemos allí no nos perdemos mucho del mundo. Leo muchas cosas, pero yo me doy cuenta, como soy un inmigrante digital, no nativo, y además como estoy muy vinculado con la tecnología, de lo que se gana y lo que se pierde. Se gana mucho en instantaneidad, en la facilidad para conseguir las cosas. Pero esa misma facilidad también brinda una idea equivocada.
- ¿Qué es lo que perdemos? A veces pensamos que si vemos mucha televisión estamos más formados e informados.
- Lo que hemos ganado en facilidad de acceso es impresionante. El problema es que la recibimos tan fácilmente, también, Y hace que uno acceda a tantas cosas que, finalmente, sabe poco, conoce poco. Cuando yo estudiaba, cuando me interesaba algo para conseguir era difícil, había que mandar cartitas, pedirlo, llegaba el libro, uno esperaba, luego lo abría. Ahora, en un instante, tengo todo. Eso me da una sensación de que conozco, pero es apenas una sensación. En el fondo, todo eso que tengo no lo he leído, no lo he visto. Está ahí, lo guardo, pero, de ahí, a incorporarlo, es una cosa muy distinta.
- Una de las falencias, quizá, del sistema educativo, ¿es que no despierta la curiosidad?
- Y sí, eso depende del buen maestro. Los buenos docentes despiertan la curiosidad. Eso depende de la calidad del maestro.
- ¿Es una cualidad clave?
- Obviamente, es la base. Pero eso está en todo el mundo, es la cualidad humana esencial. Por eso estamos acá, donde estamos: por la curiosidad. Es el resultado de gente que pensó antes. Eso es precisamente lo que estimula la buena escuela y el buen maestro. Cualquiera que se acuerde de un docente, de un buen maestro ¿qué piensa? En una persona que sabía mucho de algo y que contagiaba ese entusiasmo. Esto, yo creo, un poco se ha ido perdiendo. Los chicos siguen siendo "entusiasmables". Ocurre que la competencia es muy grande, ya que están en manos de un complejo de entretenimientos que tiende un complejo internacional y que lleva a nivelar para abajo, porque necesitan conseguir audiencias lo más grande posibles. Entonces necesariamente el nivel va bajando. Cada vez se hace más simple.
- La transmisión de conocimiento es como casi una carrera de postas: uno va entregando, extenuado, para darle al otro lo mejor y esperar que el que recibe haga lo mismo.
- Esto que usted dice es lo que se ha roto. Hoy está roto. Esa idea del patrimonio cultural que uno tiene, que le pertenece sin saberlo. La educación, ¿qué hace? Lo pone a uno en posición de excelencia, así como la crianza de un chico que lo va socializando, lo va introduciendo en una serie de comportamientos, de visiones del mundo. Eso es lo que hace la educación precisamente. Y eso es lo que hoy está roto.
"La educación, ¿qué hace? Lo pone a uno en posición de excelencia"
- O sea, ¿un pacto quebrado?
- Totalmente quebrado y es muy serio. Está quebrado porque hoy pensamos que las generaciones anteriores no tienen nada que decir a las nuevas generaciones. Porque creemos que, porque las nuevas generaciones manejan un telefonito, un iPad o esas cosas, son inteligentes. Y no es así: se sigue necesitando mayor capacidad intelectual para escribir un poema que para manejar una tablet. Y la gente tiende a no ver eso, porque la tecnología da como esa pátina de importancia.
- Como lo prestigioso, ¿no?
- Claro: da como ese prestigio. Y los abuelos de estos chicos piensan que sus nietos son como pichones de Bill Gates. No. No es así. Son chicos que juegan con las herramientas de su época. Y nada más. No se necesita una capacidad especial para eso. Entonces, me parece que esto ha desviado mucho la atención. Y después existe esta idea de que no es necesario esforzarse en el aprendizaje. Y cualquiera que estudió algo, cualquiera que aprendió algo, sabe que cuesta un esfuerzo. Ahora, en cambio, hay como un cierto horror a eso. Entonces se ve a los chicos como víctimas de un sistema educativo. Lo que yo llamo muchas veces la pedagogía compasiva. La idea de “pobre, pobrecito, el nene se quedó todo el fin de semana estudiando”. Como si esa fuese una contribución que merece el premio Nobel, ¿no? Hay gente que se admira: “¡Se quedó el fin de semana estudiando!”. La realidad es que es eso lo que tiene que hacer el nene. Simplemente.
"Hay gente que se admira: ¡Se quedó el fin de semana estudiando!. La realidad es que es eso lo que tiene que hacer el nene. Simplemente".
- Ni hablar si hay algún tipo de sanción, o castigo del propio sistema.
- La cosa natural es lo que se ha perdido. Y después el otro rasgo que a mí me parece importante es la exaltación de lo joven. Hoy todos queremos ser permanentemente jóvenes. Lo joven es una categoría en sí misma, no es una etapa de formación. Antes, el joven pasaba a ser adulto. Ahora no. Ahora todos estamos congelados en jóvenes, todos queremos ser los amigos canosos de nuestros chicos, de nuestros alumnos. Entonces pareciese que no tenemos nada que decir. Todos nos queremos comportarnos igual, hablar igual, y no es así. Los chicos tienen las necesidades de tener algo con qué compararse, de hacer una síntesis. Obviamente que la influencia social es muy importante en la cultura predominante, pero, al mismo tiempo, también tienen derecho a saber otras cosas. Como que el ser humano pudo hacer otras cosas a lo largo de la historia. Eso les demostraría que ellos también son capaces de poder hacer. Porque, en última instancia, la educación, ¿qué es? Mostrarle a uno de lo que es capaz.
- Compartiendo esta visión hay algo que me sorprende y que usted escribió hace poco. La negación rotunda que tenemos los padres sobre el deterioro educativo. Creemos que nuestros hijos sí reciben una buena educación, pero los demás, no.
- Sí, ése es el problema fundamental. Si uno le pregunta a los padres argentinos: ¿cómo está la educación? El 60% contesta que está mal o muy la educación en el país. Y a esos mismos padres si les pregunta si están satisfechos con la educación de sus hijos, el 70% manifiesta estar satisfecho o muy satisfecho con la educación de sus hijos. ¡Eso aporta que todos están satisfechos! Los pobres, los ricos, los que van a la universidad pública, los que van a escuela privada, al de la escuela primaria, el de secundaria. Si uno va más allá y pregunta: “¿Cambiaría a su hijo o hija de escuela, para que tuviera mejor calidad?”, la respuesta es “No”. Y agregan: “lo dejaría en la escuela en la que está”. Esto nos indica que existe un enorme conformismo.
- O un absoluto desinterés por la calidad de la educación.
- Ése es el punto. Y por eso no pasa nada en el sistema educativo. Precisamente por eso: porque nadie hace nada, porque están todos contentos. No hay manifestaciones por la calle que pidan mejor calidad en la educación. Hay manifestaciones, sí, en todo caso, porque no tienen calefacción o porque el techo de la escuela se desmorona. Pero por la calidad no hay gente que vaya por la calle pidiendo y exigiendo más.
- Y es justamente lo que discute el mundo desarrollado.
- Por supuesto.
- O sea, todo al revés, bien a la argentina.
- La educación es un tema central, precisamente. Pero el problema es un problema de civilización, un problema de los valores de la civilización. Por eso los orientales no tienen este problema tan marcado, ya que poseen otros tipos de valores, con otros problemas también. Pero para ellos el valor de la educación, el valor del conocimiento, es distinto. En Argentina socialmente esto no es un valor. Y eso se refleja también en la calidad de los docentes. Si la educación no importa, la calidad de los docentes tampoco importa. De hecho, los docentes se han transformado en cuidadores de guarderías, ya que no se les exige mucho más. La docencia es una ocupación de última. Y si no, preguntemos a los padres, a ver cómo reaccionarían si su hijo o hija les dice que quiere ser maestra o maestro.
"La docencia es una ocupación de última. Y si no, preguntemos a los padres, a ver cómo reaccionarían si su hijo o hija les dice que quiere ser maestra o maestro".
- Cambio si me permite el tono. En 1978 usted estaba fuera del país. Fue becario de la Guggenheim, ¿no?
- Así es.
- Un año especialmente complicado para Argentina. ¿Cómo fue haber estado allí, justo ese año, en un centro tan importante de estudios, mientras hacía una carrera muy promisoria?
- Sí, sí. Estuve en el '78. Estuve en California trabajando en una suerte de crisol. Fue una experiencia muy interesante. Y después en el 2004 o 2005, presidí el jurado de selección de la beca durante muchos años. Hasta que se terminó el programa.
- ¿Cómo convivía con esa dualidad? La de saber lo que sucedía en este país y lo que ahí estaba aprendiendo.
- Uno trataba de sobrevivir, como podía. No eran épocas fáciles. Para nadie, con muchos problemas en la facultad. Una época muy difícil para todos. Sobrevivir en ese contexto no fue sencillo. Sobrellevaba la Argentina.
"La idea de la universidad argentina de los '60 en mi opinión es la universidad más recordada del país"
- Quería preguntarle por otro hecho: su entrada en la UBA, como decano y luego como rector. La Reforma Universitaria de 1918, en Córdoba, ¿tuvo con usted una suerte de actualización ideológica?
- No, no, creo que no. Cuando fui decano ése fue un período muy interesante. Fue un período muy esperanzador. Se vivía un clima de reconstitución, después de la dictadura. Y fue una época de muchas esperanzas para la UBA. Era como retomar la idea de la universidad argentina de los '60, que en mi opinión fue la universidad más recordada de la Argentina. Ya después, cuando fui rector, la época era más difícil y más compleja. Me refiero al 2002, la incertidumbre económica era fundamental. Y no sabíamos si podíamos pagar los sueldos. Así que, desde el punto de vista académico, yo tuve muy poco impacto. Porque los problemas que me traían eran de otro tipo y la gente estaba preocupada por otras cosas. No fue una experiencia académica muy interesante para mí. Fue más bien una gestión de una mega universidad monstruosa. Así que eran todas cuestiones más bien administrativo-contables. Yo no logré ir más allá del manejo de las crisis que se producían todos los días.
"Al frente de la UBA yo no logré ir más allá del manejo de las crisis que se producían todos los días"
- Casi un bombero, más que un rector.
- Efectivamente. Lo que sí traté de hacer, y creo que por lo menos algo conseguí en mi período, fue marcar que la universidad era un lugar de cultura, que tenía que ver con la educación. A diferencia de los que creen que es una agencia de colocación política. No duró mucho, pero, bueno, por lo menos creí que era posible hacerlo y que si a alguien le interesa eso se puede hacer.
- Está siendo muy complicado el siglo XXI para la intelectualidad argentina. Hay mucha pérdida de espacios, aunque no sé si alcanzo a definir la situación de este modo.
- Sí, el país en general vive esta situación, y buena parte del mundo también. No es una época intelectual, eso es cierto. Es más bien una época de logro económico, del éxito. El intelecto no se está privilegiando ahora. En última instancia, el único que más o menos, en algunos lugares, es valorado es el intelecto relacionado con lo científico. Pero la idea, la descripción de la idea, yo creo que está un poquito desprestigiada ahora. Por eso no se ve muy claro el rumbo de nada.
- Yo recuerdo que había algunos dirigentes políticos, de todos los partidos, no hace mucho, que se rodeaban de grupos intelectuales, de generadores de pensamientos.
- Sí, sí, ahora hay muy pocos de esos.
"En esta época domina la imagen y no la sustancia. Hay poca discusión, por eso nadie habla de nada".
- Por el contrario, hoy veo mucho más gerentes de marketing y todos esos vendedores de autos usados, por decirlo de alguna manera.
- Bueno, por eso se ha hecho más bien una lucha más de imagen y no de sustancia. En esta época domina la imagen y no la sustancia. Hay poca discusión, por eso nadie habla de nada. Importante es cómo se lo “ve”, Y empiezan por la foto, que le aconsejan, que se rían, el color, la corbata (risas). Se ha perdido la idea esa de cierta densidad de pensamiento. Es una época de pensamiento líquido, esa cosa light, superficial. Y eso es lo peligroso, porque lo dicta el poder económico y lo dicta la sociedad.
- Finalmente, si profundizamos, ¿vamos a un mundo de corporaciones?
- Bueno, eso es donde ya estamos. Y va a seguir así, si no hay un cambio importante, en lo ideológico. Creo que el actual es un momento difícil.
- Casi que tampoco hay debate. Sí hay más discusión, más peleas.
- No se debate porque no hay qué debatir. Por eso lo que usted destaca son más bien discusiones de poco diálogo, de contraposiciones personales. Pero no de ideas. Hay muy poco de eso. Un poco porque los medios de difusión no ayudan. La televisión es un medio frío que transmite emociones. La televisión no es un medio de ideas. Transmite imagen. Por eso lloran tanto allí. Todos lloran con la televisión. Los que la hacen y los que la consumen. Lloran, lloran y lloran. Por cualquier cosa enseguida están al borde del llanto. Es una cosa muy primaria.
"La televisión es un medio frío que transmite emociones y no ideas. Transmite imagen. Por eso lloran tanto allí. Todos lloran con la televisión. Los que la hacen y los que la consumen"
- Asombra la televisión en Argentina. Si a nosotros nos fuera bien así, como sociedad, yo hasta le diría que no deberíamos cuestionar nada. Pero parece que tampoco nos va bien como sociedad.
- Los humanos hemos hecho un poquito más que eso que sale en televisión (ríe). La vez pasada me contaron que alguien había entrado a una librería y estaba buscando “La divina comedia”. Y que quería ese libro con la traducción que había hecho Bartolomé Mitre. Entonces el empleado le dijo al cliente: “No, Bartolomé Mitre fue un presidente” (risas). Claro, a nadie se le pasa por la cabeza que un presidente de la Nación haya podido traducir “La divina comedia” ¡Cosa loca! Sin embargo hubo gente que hacía esas cosas.
- Había presidentes que leían. ¡Incluso gobernadores e intendentes!
- Sí, que leían, traducían y escribían. Sarmiento, por ejemplo. Uno mira las obras completas y se encuentra con 52 volúmenes. Escribía en un tiempo en el cual no había ni luz. Y este tipo escribió ¡52 volúmenes! ¡Qué potencia de pensamiento! ¡Qué esfuerzo! Eso se ha perdido, escribimos pavaditas nomás.
"Hoy escribimos pavaditas, nomás"
- ¿Pavaditas?
- Y yo creo que sí. Por eso digo que hay como una caída en esa capacidad. La capacidad de reflexionar, de pensar, de imaginar otra cosa.
- ¿Y cómo mejoramos esto? A través de la neurobiología, tengo dudas.
- (Risas) No, no. Va a estar difícil salir. Yo creo que hablando estas cosas, planteándoselas a los chicos. Mostrándoles que hay otra cosa, además del mundo banal, superficial y grosero que les mostramos. El ser humano pudo hacer otras cosas. No hay que desconfiar de esto. Hemos perdido la confianza en que el conocimiento y los logros del ser humano interesan por sí mismos. Siguen interesando, claro que sí. Lo que pasa que nosotros hemos perdido la fe y no nos ocupamos de dar testimonio de esas cosas. Por eso es importante sembrar. Uno no sabe las semillas que va dejando. Hoy estamos dejando a estos pobres chicos sin herramientas, sin nada, sin posibilidad ninguna. Están a la merced de todos los aparatos de la comunicación y del espectáculo.
- Bueno, estamos en Mendoza, un desierto al que se siembra con mucho esfuerzo. Quizá sea más que una metáfora.
- Por eso hay que seguir haciéndolo. Además yo no creo que “seamos” un desierto. Creo que el humano siempre sigue siendo interesable. Siempre tiene esa capacidad de recreación, de inventar otra cosa. Es impresionante. Lo que hemos conseguido hacer en todos los ámbitos es impresionante. ¿Pero cómo? Eso es gracias a la reflexión. Es producto del trabajo, de pensamientos. Vivimos en épocas rápidas, entonces, todo es ahora. Todas esas herramientas que usamos para hacer... detrás de todos estos equipitos hay mucha gente que pensó, en el tiempo lento, no en el rápido. Para crear toda la tecnología que usamos ante se pensó. Son productos de gente que se centró en ¿cómo hacer y cómo desarrollar? Todo eso es pensar. Y a los chicos le tenemos que brindar esa posibilidad de pensar y reflexionar. Por eso insistimos en la lectura, porque la lectura es el mejor introductor en estos tiempos nuestros. No es por idolatría al libro. Es justamente por eso, para invitarlos a la imaginación, a la reflexión, al tiempo lento. Una de las principales cosas es volver a leer. Eso es fundamental.
"Para crear toda la tecnología que usamos ante se pensó. Son productos de gente que se centró en ¿cómo hacerla y desarrollarla? Todo eso es pensar. Y a los chicos le tenemos que brindar esa posibilidad"
- Hace días lo entrevisté al doctor Abel Albino y exactamente decía eso. Y la persona que no lee no comprende textos. Y a veces ni siquiera una consigna.
- Por eso, porque no le dedican ese tiempo y porque no se desarrolla el tiempo que requiere la comprensión humana esencial. No comprenden nada, no sólo los textos. Que pase esto es un drama. Y especialmente si uno piensa que todos votamos, que nuestro destino depende de toda esta gente. De todos nosotros, que no tenemos que perder nuestras capacidades. Eso en una sociedad democrática es fundamental, que la gente pueda pensar.
- Ahí volvemos a Sarmiento. Y a lo que recordaba Albino: “El pueblo sólo es soberano si está educado”.
- Por eso: si quienes entienden lo que leen votan por imagen, quienes no entienden lo que leen ¿por qué votan? Es un drama, porque el destino nuestro depende de eso. Depende de los demás.
- Es un buen cierre de la charla.
- Hay otra frase de Sarmiento muy conveniente para lo que hablamos. Dice lo siguiente: “Si no los queréis educar por caridad, al menos hacedlo por miedo”.